Daily Excerpt: Puertas a la Eternidad (Ustman) - Perdonar
Excerpt from Puertas a la Eternidad by Fernando Ustman.
Tercera
Puerta:
Perdonar
El
arte de renacer.
Cuando perdonamos a nuestro niño interior, también nos perdonamos a nosotros mismos, pues él es parte de nuestra vida. Este perdón implica curación, y a partir de él se liberan nuevas energías que antes estaban represadas.
Frank Cardelle
Son las 4:00 a.m. de un
fresco,
hermoso y silencioso amanecer;
estoy leyendo en un curso de milagros “Ay criatura de Dios, si supieras lo que
Dios dispone para ti, tu gozo sería absoluto”. De pronto un pequeño ruido en la
puerta de mi cuarto me transporta inmediatamente a aquellas competencias en los
despertares de mi niñez, corría la temprana edad de 6 años en mi vida.
Recuerdo como de repente se presentaba mi padre
en mi habitación a despertarme a punta de correa. Si yo me levantaba primero,
me salvaba de la paliza, por eso digo competencia. Casi siempre me orinaba en
la cama, razón por la cual tenía que correr con ese colchón pesado de paja,
arrastrándolo al patio para que se secara.
Además debía realizar las tareas matutinas de
moler el maíz y darle de comer a
un gallineral que tenía mi abuela en el patio de la casa. Para salir corriendo
después a la escuela. La entrada era a las siete de la mañana. Las primeras
clases de lectura fueron: mi mamá me
mima, yo amo a mi mamá, mi papá fuma pipa. En clase yo pensaba sobre las
ironías de la vida y en el colchón que no había podido sacar al patio, motivo
de la pela de medio día, no solo por el hecho de haberme orinado, sino por
haber dejado el colchón en la cama.
Hacía poco tiempo había
llegado a esta casa, venía procedente de otra ciudad donde había vivido
alrededor de tres años en un albergue infantil. Mi madre separada desde hacía 5
años decide sacarme de ese sitio y llevarme a vivir con mi papá y con mi
abuela. No sé cual infierno fue peor. No sé por qué me aguanté viviendo en esa
casa por tanto tiempo.
Me convertí en el mejor
estudiante de la escuela, motivo suficiente para ganarme una beca para estudiar
en un colegio privado. Ocupaba siempre el primer lugar. Una vez en tercero de bachillerato
ocupé el tercer lugar. Me encerraron por ocho días en una pieza a estudiar para
que dejara de ser bruto.
Así fue transcurriendo
mi vida hasta que terminé el bachillerato. Empecé la universidad estudiando de
noche y trabajando de día. “Perdido”, sin saber que quería con mi vida, termino
esa carrera y empiezo otra, hasta llegar a la psicología; guía que me permitió
salir de la oscuridad a la luz. Desde la cual inicio mi proceso terapéutico
buscando a mi madre, la cual no sabía si estaba aún viva o muerta, pues hacía
30 años que no sabía nada de ella. Me demoré dos años en su búsqueda. Hasta que
por fin la encontré, vivía en una casa humilde con 8 hijos a su alrededor. En mi
interior había resentimiento del no saber porque me había abandonado.
Fue entonces el momento
propicio para que ella me permitiera conocer su historia. A ella también la
habían dejado con otros familiares. Sus palabras me llevaron a conocer la
historia de mi abuelo materno, viudo y vuelto a casar con una hermana de su exesposa.
En ese recinto de
encuentro después de 8 horas de mi madre contarme su historia sin parar, me
pregunto ¿Quién era yo para juzgarla? ¿Cuánto tiempo llevé esa carga de
juzgarla sin compasión? De llevar sobre mis hombros excesos de equipaje que no
necesitaba y que obstaculizaban
la plena realización de mi vida. Vino a mi mente una frase de mi maestro Jesús,
“Perdónala porque lo hizo con lo único que poseía: su amor”.
Amor a su manera, pero era lo único que tenía a su disposición.
Después de esta reunión
de perdón, de liberarme y liberarla, empecé a sentir un alivio tan grande en mi
cuerpo, que hasta los dolores de gastritis desaparecieron. No en vano seguía un
cansancio permanente y un dolor en las piernas que no se calmaba tan fácil.
Viene entonces la segunda parte de saber por qué mi padre me había tratado como
me trató.
Esa etapa fue más dolorosa aún, me desgarró el
alma y desnudó mi ser. En el tiempo que
viví con mi padre nunca nacieron palabras de afecto, de cariño hacia lo que
sentía por él. Yo no supe que era recibir de mi padre un abrazo, un beso, un te
quiero. Al menos a mi madre la tenía lejos y no recibía de ella ofensas, como
las que recibí de mi padre toda la vida.
De mi padre obtuve violencia física y verbal, humillaciones, hasta de ladrón me
trató durante algún tiempo.
Pero descubrí que mi padre fue hijo único,
abandonado por mi abuelo, criado en la soledad pero con la compañía y el amor
de su madre; jamás le enseñaron a ser papá. Él pensaba que a punta de correa y
de violencia se educaban y se levantaban a los hijos. Mi abuela paterna había
sido un “encarte” para su madre. La Bisabuela fue apedreada en el pueblo por
quedar en embarazo de su novio.
Entonces, quién soy yo,
sino el llamado a perdonar, liberar y sanar toda esta historia de dolor, de
abandono, de soledad, de desamor. No estaba equivocada mi abuela cundo quería
que yo fuera médico o sacerdote. Me quedé en la mitad de
los dos oficios ejerciendo la profesión de psicólogo para sanar a través de los
demás mis heridas y mis ausencias del alma.
Desde esa raíz de dolor, inconscientemente en mis
relaciones de pareja buscaba o
encontraba también el dolor. Mis relaciones sentimentales eran conflictivas
caracterizadas por la inestabilidad emocional y afectiva. Las cuales devenían
en abandono, soledad y desamor, igual como había sucedido con mi historia
familiar.
Por tal motivo se hizo necesario llevar a cabo mi
proceso terapéutico de sanación, de perdón y liberación de culpa. Entendiendo
que quienes me brindaron la vida y me acogieron en su seno no son culpables y
que yo también me debo perdonar, porque no soy culpable de situación alguna.
El eje central de mi
trabajo como terapeuta es ayudar a los demás a que sanen su historia, por
difícil y tormentosa que sea, perdonar es como salir de una prisión oscura y
tenebrosa a la vida de luz, de paz y de libertad.
Si decide formar parte
de este proceso, le hago extensiva una invitación para que se permita un
reencuentro con todas las personas y situaciones que se le han presentado
durante el constante caminar de su vida.
Para que este instante de salto cuántico sea un mágico encuentro del
despertar que ha estado esperando siempre por usted. Facilítese, si usted así lo decide, un
renacer desde el perdón, perdonando y liberando de culpa a todas y cada una de
aquellas personas que por algunas circunstancias presentes o pasadas, le hayan
ocasionado daño.
Mírelas a los ojos y
permita que este encuentro de perdón sea desde el alma.
Expréseles todo lo que les tiene que decir para saber dónde y cómo usted se
liberará y se libera de ellos. Saber en
qué lugar se les agradece por el
tiempo compartido. Deseándoles buen viento y buena mar en el oceánico viaje de
la existencia. Esto le permite tomar consciencia de que no necesitamos torturarnos más con
personas o situaciones que ya se han marchado de nuestro lado.
Perdonar es ganar
caminos, es ganar esperanzas, es vibrar al son musical del canto de los pájaros
en el amanecer o en el atardecer de un día cualquiera. Perdonar es disfrutar
una fruta para dos, es caminar bajo la lluvia libre y fresca de un amanecer
cualquiera en cualquier rincón del alma.
Perdonar es ser río en
lugar de ser laguna y ser lluvia en lugar de ver llover.
Perdonar es amar desde
el alma, desde el corazón y desde el espíritu en un eterno presente aquí y
ahora.
Perdonar es vibrar, es
degustar, es sentir, es oler, es apreciar, es danzar, es embriagarse con las
exquisiteces de los aromas de la vida. En este preciso instante de amanecer, de
amanecer a la vida.
Perdonar es entender al
otro desde su historia; es comprender que el otro, llámese pareja, padres,
familiares actuaron desde su vacío, desde su soledad, desde su desamor y desde
su dolor. Por tal razón no son culpables, son libres de culpa.
Perdonar es despertar a
nuestra grandeza y a nuestro destino. Frank Cardelle en su libro De la sombra a la luz, plantea que: “Para despertar esa grandeza se requiere ir
a la fuente, un viaje complicado hacia lo más oscuro y profundo de nosotros
mismos, donde cambiemos totalmente la manera de pensar, sentir, ver y hacer; es
decir, cambiar nuestro ángulo de acercamiento. Aceptar los desafíos de ponernos
a prueba en el asumir los compromisos totales de despertar y renacer al vivir,
con absoluta certeza y cabalidad todo lo que somos y hacemos”.
Esto se convierte en un
riesgo y en un desafío de asumir nuestra propia identidad de vida, con coraje,
decisión, amor y trascendencia. Y así poder aportarle a nuestro destino el
sentido y el valor de vida que requerimos para ser felices ¿Cuándo? en el
momento preciso que decidamos abrir las alas a la libertad desde el perdón y la
liberación de culpa.
Perdonar es asumir con responsabilidad el control de la vida, de su
propia vida. Es tomar el poder de la conducción que se le había otorgado y
entregado a los demás y que nos llevaba sin freno, directo al abismo de la desesperanza, de la desilusión, del frío invierno de la
soledad y el desamor.
Perdonar significa estar
en paz, estar a paz y salvo consigo mismo y con los demás, aquí y ahora.
Esta es la referencia
que nos brinda un curso de milagros cuando nos invita a “ver y sentir que la
verdad está aquí, que nos pertenece a ti y a mi y que nos satisface
completamente a todos. Ser conscientes de este gozo absoluto, es lo único que
sana porque es la conciencia de la verdad”, que se convierte en realidad cuando
desde el perdón le damos a nuestra vida el arte de renacer, en este preciso
instante del reencuentro con el alma.
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